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Momento del mensaje pascual y su tradicional bendición Urbi et Orbi de SS. El Papa Francisco este 27/3/16 |
“Dios ha vencido el egoísmo
y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la
misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se
proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones
en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del
país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y
colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del
encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el
bienestar espiritual y material de los ciudadanos”.
VATICANO, 27 Mar. 16 /
05:27 am (ACI).- El Papa Francisco presidió esta mañana la Misa de
la Pascua de Resurrección en la Plaza de San Pedro. El
Pontífice no tuvo homilía puesto que después leyó su Mensaje Pascual e impartió
la tradicional bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo) desde el balcón
central de la Basílica.
En él, el Santo Padre,
manifestó que “sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y
hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la
tierra de la libertad y de la vida”.
El Pontífice repasó
algunos de los conflictos que se viven en la actualidad, como los de Ucrania,
Burundi, y Oriente Medio, ofreció su “cercanía a las víctimas del terrorismo,
esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente
en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en
Bélgica”, y habló de los cristianos perseguidos, haciendo una destacada referencia a la situación existencial que actualmente se sobrevive en VENEZUELA.
“Con nuestros hermanos y
hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante
el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar
las palabras consoladoras del Señor: No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al
mundo!”.
A continuación, ACI
Prensa comparte con sus lectores el texto completo del mensaje pascual 2016:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación
de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por
amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple
plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor
es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos
gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas
espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón
y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos
la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y
hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la
tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la
Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos
ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y,
con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4).
El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena
injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida
inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos
y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados,
las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que
sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están
repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el
ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a
poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica
caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo
conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el
derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos
al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la
buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y
emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y
los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el
ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro
corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas
de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen
y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de
Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la
disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la
construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de
negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los
esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania,
inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la
de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús,
nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el
pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del
terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar
sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los
recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de
Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de
paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República
Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas
y sociales.
Dios ha vencido el
egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la
misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se
proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones
en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país,
para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y
colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del
encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el
bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
El Cristo resucitado,
anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos,
nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un
futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y
refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la
pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran
demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de
quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda.
Que la cita de la
próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona
humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger
a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a
los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día
glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón
pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de
ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a
las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones
provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes
partes del planeta.
Con nuestros hermanos y
hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante
el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar
las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al
mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha
derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la
inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la
tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de
la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de
Sardes, Homilía Pascual).
A quienes en nuestras
sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos
abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes
parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor
resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas... al que tenga sed yo le daré
de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje
consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la
construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.
Saludos de Pascua del
Santo Padre
Queridos hermanos y
hermanas, deseo renovar mis deseos de Buena Pascua a todos ustedes, venidos a
Roma desde diversos países, como también a cuantos se han conectado a través de
la televisión, la radio y otros medios de comunicación. Que pueda resonar en
vuestros corazones, en vuestras familias y comunidades el anuncio de la
Resurrección, acompañado de la calurosa luz de la presencia de Jesús vivo:
presencia que ilumina, reconforta, perdona, sosiega… Cristo ha vencido el mal
en la raíz: es la Puerta de la salvación, abierta de par en par para que cada
uno pueda encontrar misericordia.
Les agradezco su
presencia y su alegría en este día de fiesta. Un agradecimiento particular por
el don de las flores, que también este año provienen de los Países Bajos.
Lleven a todos la
alegría de Cristo Resucitado. Y por favor, no olviden rezar por mí. ¡Buen
almuerzo pascual y hasta pronto!
El mensaje redentor de la Pascua no es
otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos,
de su sensualidad, de sus complejos; purificación que , aunque implica una fase
de limpieza y saneamiento interior, sin embargo se realiza de manera positiva
con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu , la vitalización
del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz -suma de todos los bienes
mesiánicos-, en una palabra, la presencia del Señor resucitado. San Pablo lo
expresó con incontenible emoción en este texto : "Si habéis resucitado con
Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él" (Col. 3
1-4).
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