23 Dic. 15 / 01:03
pm.- A finales del
siglo XVIII e inicios del XIX surgió en Alemania la famosa mística Ana Catalina
Emmerick (1774-1824), quien llevó consigo los estigmas de la Pasión de Cristo y
en los últimos años de vida se
sustentó solamente de la Eucaristía.
Dios le concedió detalladas
revelaciones místicas de la vida de Jesús, San Juan Pablo II la
beatificó en 2004 y el actor Mel Gibson se inspiró en sus visiones para
realizar la película de “La Pasión”. A continuación les compartimos el bello y
significativo relato que ella contó sobre lo que vio del Nacimiento de nuestro
Señor:
"He visto que la luz que envolvía
a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las
lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido
desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la
medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor
en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una
emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados
el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía.
Luego ya no vi más la bóveda. Una
estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo
más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias
celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis
coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en
medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había
convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo
delante de María.
Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un
pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante,
acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy
pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación
de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla.
La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño,
sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que
se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí
misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo
tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda
ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces
que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido
para adorarlo.
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Beata mística Ana Catalina Emmerick |
Cuando había transcurrido una hora
desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando
con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de
fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don
Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y
derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo.
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro
pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro:
no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como
un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un
relámpago. ‘¡Ah, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y
nadie lo sospecha!’
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