Bienvenidos a la página web oficial de "La Parroquia San Martín de Porres" perteneciente a la Paraguanera Diócesis de Punto Fijo, Estado Falcón, Venezuela, ubicada en la Urbanización Jorge Hernández de La Ciudad de Punto Fijo, integrada por las comunidades católicas de las urbanizaciones Jorge Hernandez, Santa Fe y Altamira de esta ciudad, es un medio informativo de carácter general para publicar las programaciones y actividades propias de la parroquia, con el fin de canalizar todas las manifestaciones de evangelización para así fomentar una cultura parroquial, de aporte, contribución y donativos de los parroquianos y devotos de San Martín de Porres, donde quiera que se encuentren, así como de la feligresía propia de la parroquia y el público en general, que puedan ser ofrecidos a la iglesia y la Fundación San Martín de Porres, institución parroquial encargada de canalizar las aportaciones destinadas a costear la definitiva conclusión del templo votivo a nuestro santo patrono, el mantenimiento y mejoras del complejo parroquial así como las obras sociales en las áreas de influencia de la parroquia; reuniendo a las familias cristianas en general del área limítrofe de influencia, y canalizar todo tipo de iniciativa de sus parroquianos.
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Santa Misa presidida por el papa Francisco - Rezo de la Oración del Ángelus de hoy domingo 24 de noviembre de 2019
Homilía
del Papa Francisco en Misa de Nagasaki Japón
El Papa Francisco celebró una Misa en el estadio de béisbol de
Nagasaki este domingo 24 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey, durante su
viaje apóstolico en Japón.
“Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del
sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las
guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a
pedazos. Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos
que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo”, pidió el
Santo Padre.
A continuación, la homilía que pronunció el Papa Francisco:
“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lc 23,42).
En este último domingo del año litúrgico unimos nuestras voces
a la del malhechor que, crucificado junto con Jesús, lo reconoció y lo
proclamó rey. Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo los gritos
de burlas y humillación, el bandido fue capaz de alzar la voz y realizar su
profesión de fe. Son las últimas palabras que Jesús escucha y, a su vez, son
las últimas palabras que Él dirige antes de entregarse a su Padre: “Yo te
aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43).
El pasado tortuoso del ladrón parece, por un instante, cobrar un
nuevo sentido: acompañar de cerca el suplicio del Señor; y este instante no
hace más que corroborar la vida del Señor: ofrecer siempre y en todas partes
la salvación. El calvario, lugar de desconcierto e injusticia, donde la
impotencia y la incomprensión se encuentran acompañadas por el murmullo y
cuchicheo indiferente y justificador de los burlones de turno ante la muerte
del inocente, se transforma, gracias a la actitud del buen ladrón, en una
palabra de esperanza para toda la humanidad. Las burlas y gritos de sálvate a
ti mismo frente al inocente sufriente no serán la última palabra; es más,
despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar el corazón y se decidan por
la compasión como auténtica forma para construir la historia.
Hoy aquí queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso;
conocemos bien la historia de nuestras fallas, pecados y limitaciones, al igual
que el buen ladrón, pero no queremos que eso sea lo que determine o defina
nuestro presente y futuro. Sabemos que no son pocas las veces que podemos caer
en la atmósfera comodona del grito fácil e indiferente del “sálvate a ti
mismo”, y perder la memoria de lo que significa cargar con el sufrimiento de
tantos inocentes.
Estas tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructora
a la que puede llegar el ser humano. Por eso, como el buen ladrón, queremos
vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y profesar nuestra fe en
la defensa y el servicio del Señor, el Inocente sufriente. Queremos acompañar
su suplicio, sostener su soledad y abandono, y escuchar, una vez más, que la
salvación es la palabra que el Padre nos quiere ofrecer a todos: “Hoy estarás
conmigo en el Paraíso”. Salvación y certeza que testimoniaron valientemente
con su vida san Pablo Miki y sus compañeros, así como los miles de mártires
que jalonan su patrimonio espiritual. Sobre sus huellas queremos caminar, sobre
sus pasos queremos andar para profesar con valentía que el amor dado, entregado y celebrado
por Cristo en la cruz, es capaz de vencer sobre todo tipo de odio, egoísmo,
burla o evasión; es capaz de vencer sobre todo pesimismo
inoperante o bienestar narcotizante, que termina por paralizar cualquier buena
acción y elección.
Como nos lo recordaba el Concilio Vaticano II, lejos están de la
verdad quienes sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente,
sino que buscamos la futura, piensan que por ello podemos descuidar nuestros
deberes terrenos, no advirtiendo que, precisamente, por esa misma fe profesada
estamos obligados a realizarlos de una manera tal que den cuenta y
transparenten la nobleza de la vocación con la que hemos sido llamados (cf.
Const. past. Gaudium et spes, 43).
Nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y
actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia
la plenitud de vida. Él está vivo y nos quiere vivos, es nuestra esperanza
(cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 1). Lo imploramos cada día: venga a
nosotros tu Reino, Señor. Y al hacerlo queremos también que nuestra vida y
nuestras acciones se vuelvan una alabanza. Si nuestra misión como discípulos
misioneros es la de ser testigos y heraldos de lo que vendrá, no podemos
resignarnos ante el mal y los males, sino que nos impulsa a ser levadura de su Reino dondequiera
que estemos: familia, trabajo, sociedad; ser una pequeña
abertura en la que el Espíritu siga soplando esperanza entre los pueblos.
El Reino de los cielos es nuestra meta común, una meta que no
puede ser solo para el mañana, sino que la imploramos y la comenzamos a vivir
hoy, al lado de la indiferencia que rodea y silencia tantas veces a nuestros
enfermos y discapacitados, a los ancianos y abandonados, a los refugiados y
trabajadores extranjeros: todos ellos sacramento vivo de Cristo, nuestro Rey
(cf. Mt 25,31-46); porque “si verdaderamente hemos partido de la contemplación
de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos
con los que él mismo ha querido identificarse” (S. Juan Pablo II, Carta ap.
Novo millennio ineunte, 49).
En el Calvario, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban,
tan solo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente sufriente;
toda una valiente profesión de fe. Está en cada uno de nosotros la decisión
de callar, burlar o profetizar.
Queridos hermanos: Nagasaki
lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del
sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las
guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a
pedazos. Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos
que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo, y para que
cada vez sean más los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni
burlarse, sino con su voz profetizar un reino de verdad y justicia, de santidad
y gracia, de amor y de paz.
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Querido parroquiano, recibe abundantes bendiciones de Dios. Por favor déjanos un comentario, tus sugerencias son nuestra principal guía. Gracia.
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